29 septiembre 2006

Salvador, crónica de una muerte anunciada


Si me permiten vuelvo a hacer de crítico afilado, para sacarle punta a este filme, en mi opinión, tan desafortunado. Es que no logro entender como una película sobre la vida de un luchador acérrimo, enemigo del estado y de sus instituciones, y cuya MILitancia le costó la pena de muerte, cómo una película sobre Salvador Puig Antich, puede ser tan insulsa, tan descafeinada, superficial, morbosa y descaradamente pasada por el filtro de la transición democrática.

Para quienes no sabían nada de esta persona y fueron a ver la película, que sepan, que su inconformismo le costó la vida, pero su lucha no sólo se dirigía contra el régimen de Franco, sino sobre el que se avecinaba también; que no robaba bancos al estilo bonny&clyde o Robin Hood, Puig Antic era anticapitalista; que el MIL no era un grupo de terroristas que estaba sólo, que en los 70, muchos otros Comandos Autónomos pusieron en jaque al estado. Que los activistas libertarios, antiestatales y anticapitalistas, fueron los más perseguidos y reprimidos, pues amenazaban todo orden y todo poder establecido y por establecer. Y que por esto mismo fueron aniquilados, mientras otros, hoy en día, se sientan a dialogar en la mesa de la “democracia”…

Para quienes ya conocen la historia y quieren ver la película, que no se pierdan detalle: la banda sonora no tiene desperdicio, unos temazos americanos mientras las manifestaciones y las acciones…que poco tienen que ver; que no se pierdan tampoco a carceleros, militares y grises, que parece que son personas; no se perderán seguro el enfoque personal de Salvador, su familia, sus amigos, sus ligues, sus intimidades, … claro que por otra parte no me sorprende este punto de vista, dado el gusto actual por husmear en la vida privada de los demás (realityshows, prensa rosa y cia.); ni se perderán las oportunidades que tiene de salir del “mal camino” gracias a las dos chicas,(por si acaso has de elegir entre tus ideales y el amor, que te quede bien clarito a dónde llegas por el primer camino); que no se olviden la pasta, que va regalando desde que se hace terrorista, que no se pierdan las tetas que siempre vienen bien, que no se dejen los porros, las birras, ni el futbolín…en fin que no se dejen nada, y si lo aguantan todo, al final podrán disfrutar de un ejercicio de recreación en la agónica espera de la muerte y en el morbo asqueroso de la tortura final, … si aguantan, porque yo tuve que salirme.

15 septiembre 2006

insignificantes


Somos partículas de polvo adheridas a una manta vieja. Somos piedras condenadas al olvido en un desierto de piedras. No somos nada interesantes en una convención aburrida. Somos transparentes.

Vivimos embebidos en un torrente inalterable, en una corriente sorda. Nos desplazamos en un rango tan absurdo y predeterminado que al mirarnos al espejo sólo vemos números. Cada acto, cada palabra, cada pensamiento con ánimo de ser distinto no es sino lo mismo que el de otros, que también, pretenden ser distintos. Y si en algún momento, por una extraña conjunción de casualidades, nos comportamos de manera totalmente impredecible, inaudita, somos tachados de absurdos y despreciados de la gráfica de lo común. Nuestro pequeño atisbo de libertad simplemente no es tenido en cuenta, dado que se aleja de la campana, y se rechaza como se rechaza una medición demasiado desviada, como se separa un garbanzo negro de la cazuela, o un palo salado de una bolsa de pipas. No sirve. No sirve darlo vueltas.

Somos inconscientes rodeados de un velo delicado pero perpetúo; surcamos la tierra en esta vida sin hundir demasiado el arado, pasando sin trascendencia por la yerma superficie helada, dejando apenas huellas en el surco de la historia. Pero ¿qué importa? Mientras pase sin espanto la hoja del apero por la parcela finita del labriego, no importa. No nos preocupará lo más mínimo que el vestigio de nuestro paso lo borre una lluvia tonta, que la marca de nuestro esfuerzo sea apenas perceptible, y que el sudor de nuestra frente, testigo del aprendizaje, sea del todo ninguno.

Por más que queramos lo contrario, o por más que tratemos de obviarlo, somos insignificantes